Un whiskicito para Faulkner

Faulkner, que decía que para escribir solo se requiere lápiz y papel (ah, y “un poco de whisky), advirtió que el mejor ambiente para un artista trabajar es el del burdel. Sí, ya verá.

“Faulkner, aparte de ese inacabable universo creado en sus novelas y cuentos, pensaba en ocasiones que era un fracasado (se fracasa primero en la poesía, y se sigue con el cuento, y luego, tras un nuevo fracaso, se deriva en la novela, algo así dijo) que escribió varias de las más impactantes novelas del siglo XX” – Reinaldo Spitaletta.

Hace sesenta años se murió William Faulkner, un escritor que, cuando en 1949 se ganó el Nobel de Literatura, en el norte estadounidense ni lo celebraron (apenas alguna breve noticia en algunos diarios neoyorquinos). Era un autor del sur profundo, alguien que en sus obras mostró la violencia de la vieja esclavitud, de la segregación racial y de la decadencia de algunas castas.

Faulkner, aparte de ese inacabable universo creado en sus novelas y cuentos, pensaba en ocasiones que era un fracasado (se fracasa primero en la poesía, y se sigue con el cuento, y luego, tras un nuevo fracaso, se deriva en la novela, algo así dijo) que escribió varias de las más impactantes novelas del siglo XX.

Inventor de palabras y de historias (también de condados, como Yoknapatawpha), con un barroquismo a veces extremo y de texturas imposibles, con prosas que tienen la cadencia de un “negro spiritual”, el autor de El sonido y la furia supo que quien es bueno no se preocupa por el éxito (sobre todo, una posición cuestionadora de lo que el “éxito” significa en el país de la máxima manifestación del capitalismo) ni por hacerse rico.

El sonido y la furia Formato PDF

Los demonios de la creación lo asistieron siempre (él mismo lo señaló) y declaró que para ser un buen novelista (a instancias de una pregunta hecha por la periodista Jean Stein, de la revista The Paris Review) solo hay una fórmula: 99% de talento, 99% de disciplina y 99% de trabajo. La herencia faulkneriana se ha notado a fondo en la literatura de América Latina, en particular en escritores como Onetti, García Márquez, Vargas Llosa, Rulfo, Manuel Mejía Vallejo, Cepeda Samudio, Ricardo Piglia y otros.

La lujuria, la violencia, las persecuciones, los linchamientos, algunos elementos góticos (como en su excepcional cuento Una rosa para Emily), son elementos temáticos en su compleja obra, en la que se mezclan la tragedia griega, elementos épicos y la modernidad técnica del monólogo interior. Era un artesano experimentador, un innovador. “Era el más ignorado de los grandes escritores norteamericanos de su tiempo, y a la vez el más vastamente leído”, dice Alan Warren Friedman en su libro “William Faulkner”.

Aunque, para ser precisos, no es fácil leer a este autor que siempre proclamó que “el hombre es indestructible debido a su simple voluntad de ser libre”. A los que decían que era muy difícil entender sus novelas, aún después de leerlas dos o tres veces, les sugería que “las leyeran cuatro veces”. Sin embargo, hay algunas que con una sola lectura permiten la entrada a lo maravilloso, a lo triste, a lo desesperanzador y a las zonas oscuras del hombre.

Una de ellas puede ser la estupenda Luz de agosto, llena de caminos, de presencias nefastas como la del Ku Klux Klan, de “negros blancos” y de mujeres como Lena Grove. Novela plena de poesía, en la que se pueden leer frases como “ella llevaba su propia cara como una máscara dolorosa”. O como esta: “No sabía que la niña lloraba, porque aún no sabía que las personas mayores lloran y, cuando lo supo, su memoria lo había olvidado”.

Cada lector, por supuesto, tendrá sus cuentos y novelas preferidos de este brillante escritor. Entre tantas que a uno lo estremecen, está, por ejemplo, Mientras agonizo, una polifonía trágica, novela de río crecido e incendio, con 59 monólogos interiores (también llamados “discursos sin auditorio”), en la que uno de los personajes, Vardaman, dice: “Mi madre es un pez”. Es una obra que combina lo bíblico y lo homérico.

Para Faulkner, un inconformista que siempre estuvo buscando y ensayando distintas maneras de expresión, el tiempo puede ser un instante o una eternidad. Consideraba El sonido y la furia, novela por la cual sentía “enorme ternura”, como su más “espléndido fracaso”. El escritor también fue objeto de ataques diversos y censuras, en especial por sus obras Santuario y Las palmeras salvajes (que son dos novelas en una y cuyo título original era “Si te olvidara, Jerusalén”).

Los aniversarios (de natalicios o de muertes) sirven para los regresos, o los descubrimientos. Para las relecturas o para leer por primera vez a un autor (recordemos que a escritores como Faulkner hay que leerlos dos, tres, muchas veces. No tiene pierde). A los sesenta años de la muerte de Faulkner (ah, también puede ser que seamos necrófilos) reviven las ocasiones para volver al imaginario condado de Yoknapatawpha, al que dedicó catorce de sus novelas.

Cuando la adolescencia estaba a punto de terminar, me encontré con Estos trece (no solo Faulkner es un extraordinario novelista, sino un cuentista de postín), en el que Una rosa para Emily (1930) es como la reunión de los elementos del desastre, que el escritor sureño incluirá después en sus obras de largo aliento.

Faulkner, que decía que para escribir solo se requiere lápiz y papel (ah, y “un poco de whisky), advirtió que el mejor ambiente para un artista trabajar es el del burdel. Sí, ya verá.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 12 de julio de 2022

Editado por María Piedad Ossaba